Noche de ruido e intensidad la vivida este viernes 11 de septiembre en la Sala Dabadaba de Donostia. Daughters llegaron a la capital guipuzcoana en plena gira europea de su cuarto trabajo de estudio, un disco que estuvieron grabando desde 2015 y que salió al mercado en 2018. Para el que escribe, ‘You Won’t Get What You Want’ fue uno de los mejores que se publicaron el año pasado. Por tanto, las expectativas eran altas con el cuarteto, reconvertido en sexteto en directo, y las cumplieron con nota alta.
A eso de las 21:30 entraron primero en escena los teloneros de esta parte del tour. Jeromes Dream, formación ruidista de Connecticut recuperada en 2018 tras 15 años en el dique seco, dejaron un poco frío al público curioso que se congregó para verles, menor en cantidad y más esparcido por la sala que una hora después en Daughters. El vocalista, dado a los guturales, daba la espalda al respetable en una escenografía en rombo del cuarteto, que presentaba su flamante tercer trabajo de estudio (‘LP’, 2019). Los guitarristas de los costados eran los que daban más juego en una actuación que cumplió en los destellos grindcore, pero que se diluyó en algún pasaje post rock de peor resultado.
Es curioso que Daughters hayan escogido a una banda de este perfil de teloneros, puesto que los de Providence reniegan en vivo de todo lo que les unía a este género en sus comienzos (su primer disco constaba de 10 temas y 11 minutos de duración). Es una banda mucho más madura y variada, donde los únicos dos álbumes que tienen cabida son su excelsa última referencia y su predecesor de 2010. Precisamente, aquel trabajo lo bautizaron de forma homónima, dando a entender que era una vuelta a la casilla de salida para los estadounidenses, después de discusiones internas que derivaron en una primera separación en 2009. Ni siquiera giraron por el lanzamiento un año después de su tercer largo.
A pesar de los roces del pasado, la estructura original de la banda se mantiene prácticamente integra y no mostró signos de mal rollo. El único que faltó a la cita fue el bajista Samuel Walker, sustituido en sus funciones por Monika Khot (Nordra). A ellos se sumaron el guitarrista Gary Potter, colaborador habitual de Daughters desde 2007, y un sexto miembro que se ocupaba de aportar mayor percusión, así como de la parte instrumental más industrial y sintética de su sonido con algunos elementos sumamente llamativos y extraños.
En 12 temas que no llegaron a la hora de concierto, el combinado liderado por el tatuado Alexis S.F. Marshall fue desplegando toda su artillería con una intensidad arrolladora. “The Reason They Hate Me” encendió la mecha y no se relajaron en 55 colosales minutos que tan solo sufrieron pequeños incisos, uno de ellos obligado por el cambio de guitarra del cachas Nicholas Sadler, quien tenía que tocar las primeras notas de “The Dead Singer”. Marshall pronto se erigió como un frontman maníaco, desatado y que buscaba constantemente la intimidación con las primeras filas. Los y las presentes le seguían el juego y agitaban la cabeza al compás de la visceral música de Daughters. Hubo algún amago de ‘pogo’ que no llegó a buen puerto.
Destacaron temas como “Satan in the Wait”, con el bajo abrasivo de Khot; la aplaudida “Less Sex”, una especie de góspel industrial que recuerda a unos Depeche Mode góticos; “The Virgin”, con los coros femeninos de Khot aportando belleza a lo sucio y oscuro; o “Daughter”, y ese final de ritmos tribales liderado por la portentosa batería de Jon Syverson.
La voz de Marshall es otro de los diferenciadores de la banda para con otros grupos ruidistas. Este evita los guturales o gritos típicos del noise rock, y se dedica a narrar en plan spoken word enérgico, como si Nick Cave liderase una versión hardcore de los Bad Seeds. Al cantante le han definido también como Elvis Presley siendo torturado o un Jerry Lee Lewis pasado de drogas alucinógenas. Lo cierto es que sus interpretaciones elevan los bolos, acompañadas de poses y actitudes de auténtico demente. Se estrangulaba con el cable del micro, se metía los dedos en la boca, hacía estiramientos o amenazaba a la audiencia con el pie de micro y pegaba bofetadas a la pared del local.
Acabó el espectáculo sumergido en el graderío, sin camiseta, mientras cantaba “Ocean Song” y observaba cómo la banda iba subiendo las pulsaciones con unos muros de sonido titánicos. De esta forma, Daughters ofrecieron un repertorio rápido, conciso y directo al gaznate. No era necesario más, aunque la parroquia se quedara con ganas. Marshall y compañía dieron, probablemente, una actuación que será recordada como una de las mejores del año para las personas que estuvieron presentes.