El pasado 21 de enero, el Circo Price de Madrid dejó de ser un teatro para convertirse en Bodhiria (2024), ese universo que Lara Blanco, conocida como Judeline, lleva años construyendo con su voz de arena y sus letras. Dentro del marco de Inverfest, la gaditana logró algo que trasciende: transformar un concierto en un ritual colectivo, un viaje inmersivo que, entre luces, baile y susurros, borró las fronteras entre el escenario y el público. Lo de ayer fue comunidad, rito y piel erizada.
Entrar en Bodhiria
Desde el primer paso dentro del Price, algo se sentía distinto. En las paredes, carteles con códigos QR te invitaban a conocer a Ángela, el alter ego que Judeline ha creado como un cordón invisible que une las canciones de Bodhiria. Cada canción representa un capítulo en el viaje de este personaje. Y entonces, el golpe. Un solo foco de luz blanca baña a la artista entre la oscuridad. Suspendida en un columpio y vestida de un blanco puro, nos canta Bodhitale dejando atrás lo cotidiano. El Price dejó de ser teatro para ser Bodhiria, y todos estábamos dentro.
Una transición al segundo tema, angelA, llega con Judeline cargada a caballito por su bailarín principal, y convirtiendo cada movimiento en una prolongación de su voz. angelA, concebido como una exploración emocional desde un alter ego, es una de las piezas más potentes del disco. Fue una declaración de intenciones: este no sería un concierto al uso.

Entre lo técnico y lo emocional
Judeline no canta: convoca. Su conexión con las canciones —y, a través de ellas, con su público— tiene algo de alquimia. Cada tema interpretado esa noche formó parte de una narrativa cuidadosamente tejida. Llegamos a INRI, donde la artista sacó su móvil para transmitir en directo, rompiendo las barreras entre lo íntimo y lo colectivo, entre lo humano y lo digital. Esta pieza, inspirada en un sample que escuchó a los 17 años, lleva referencias al lenguaje flamenco y elementos religiosos que representan una conversación con Dios.
Cuando llegó Tánger, el escenario sonaba a viento y a mar, con una mezcla de sintetizadores y percusión que hipnotizaba. Y con Mangata, el Price se encendió: la más electrónica del repertorio, un golpe de adrenalina que hizo que el público estallara al unísono. Este tema, inspirado en una noche mística bajo la luna llena, recoge influencias de los cantos llaneros venezolanos.
En contraste, canciones como Otro Lugar y Heavenly ofrecieron momentos de recogimiento, donde el flamenco y el jazz dibujaron paisajes tan nuestros como ajenos. En Heavenly, Judeline nos habla del dejar ir desde la idealización y lo hace de la mano de su admirado Rusowsky, quien apareció en el concierto en forma de grabación —aunque algunos esperábamos su presencia—.
A continuación, un homenaje reinventado, la versión de la gaditana de La Tortura, una relectura íntima aclamada por todo toda la sala, que cantó y grabó el momento como si fuera a perderse en el tiempo.
El acompañamiento musical fue más que una banda; fue un cuerpo vivo. La guitarra dio calor a los momentos más íntimos y el bajo conectó las raíces rítmicas de cada tema con precisión y groove. La batería llenó de fuerza y texturas cada rincón del Price. A todo ello se sumó el bailarín Héctor Fuertes, quien encarnó con su cuerpo una narrativa paralela: un personaje que oscilaba entre lo humano y lo animal, entre lo visceral y lo poético.



La escenografía como narrativa
En Bodhiria, la escenografía también contaba historias. En BRUJERIA!, los movimientos de los bailarines dibujaron un ritual que parecía conjurar fuerzas invisibles. Con JOROPO llega la furia, con el duelo entre la cantante y su bailarín principal como un contrapunto perfecto para las coreografías. Un tema con influencias de la música llanera venezolana que levanta al público, contagiándole de la fuerza del mismo.
Llega Luz de Luna, profundamente emocional y poderosa. La iluminación de un color rojo intenso llenó el espacio de dolor, pasión y dramatismo. Le sigue Zarcillos de Plata, en contraposición, donde una guitarra y una luz mínima desnudaron a Judeline ante el público de Madrid, con un profundo mensaje de nostalgia pero también de agradecimiento, constituyendo el momento más bello del concierto.
El cierre de un viaje
Finaliza el viaje arrancando las risas cómplices de los asistentes, con la cantante sin poder decidirse entre dos chicos y presentando un tema que habla de tres y que enloquece a sus fans: 2+1. Judeline acaba así con la fábula de Ángela, cerrando el concierto de Madrid como un todo.
Cuando las luces se apagaron, la sensación en el aire era de plenitud, pero también de anhelo. Como si Bodhiria hubiese dejado una puerta entreabierta y nos invitara a volver. Con una voz que parece de otra época, una producción cuidada al milímetro y un carisma que desborda, Judeline demostró que su camino en la música no tiene techo. No es ella quien nos sigue; somos nosotros los que intentamos alcanzarla.



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