InicioConciertosCrónica de MARINA en Madrid (La Riviera, 2019)

Crónica de MARINA en Madrid (La Riviera, 2019)

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La noche del pasado lunes se figuraba histórica para MARINA. La artista galesa celebraba su primera fecha en salas españolas —ya había estado en el MadCool de este año— y cerraba así su gira de presentación del álbum ‘Love + Fear’, un trabajo para el que Diamandis apuesta por un sonido más destilado, honesto y transparente. Si bien para algunos peca de insulso, el trabajo logra por momentos virar hacia su primer trabajo y deshacerse así del artificio del que se rodeó a partir de su segunda entrega, ‘Electra’s Heart’, con la que acabó por sucumbir a los estereotipos que pretendía retratar performáticamente. ‘Love + Fear’, así, vio a MARINA renacer en cierto modo: en nada menos que una década y con cuatro álbumes en el mercado, tanto su sonido como su identidad artística habían variado enormemente y el directo de la Riviera fue una oportunidad perfecta para comprobarlo.

Con su voz —ESA voz— como principal baza, Diamandis pasaba de lo más delicado en temas como «Superstar» o «Handmade Heaven», a tocar el piano en «To Be Human» o «Teen Idle», a rescatar el synth pop quirky de «Orange Trees» o «Froot» y reventar con las explosiones electropop de «How to be a Heartbreaker» o «Bubblegum Bitch», de su afamado segundo largo ‘Electra’s Heart’ y que fue el recibido con más entusiasmo en el concierto. Sin embargo, la mayoría de las canciones sonaban sobre pistas pregrabadas, sin apenas instrumentación en directo, lo que afeaba un poco la experiencia, incluso llegando a solapar la prodigiosa voz de la galesa.

El setlist estuvo muy equilibrado entre temas viejos y nuevos, aunque para repasar mejor su trayectoria podría haberse arriesgado con los temas más eclécticos de ‘The Family Jewels’, su debut, como “Mowgli’s Road” o “Hermit The Frog”. Prefirió apostar por las efusivas “Hollywood” y “Oh No!”, más conocidas y de sonido asequible, cuyas letras son alguno de los mejores ejemplos de factura MARINA. Fue una grata sorpresa la inclusión en el set de “I Am Not A Robot”, tema atemporal que presidía su EP de 2009: «Guess wha-a-a-at, I’m not a robot; a robot», repite una y otra vez, reivindicando el valor de una sensibilidad que, sin lugar a dudas, otorgó los momentos más bellos del concierto, sobre todo para aquellos que sigan a Diamandis desde sus inicios.

Sobre el escenario, la acompañaba un grupo de bailarines muy equilibrado, en el que se visibilizaba la diversidad en un mundo en el que, por desgracia, muchas veces priman aún estéticas racistas y sexistas. A veces se mantenía al margen, cantando mientras danzaban y representaban. Pero en las canciones más movidas, la cantante se bajaba de su —literal— púlpito para dar unos pasos de baile o acercarse al público mientras ventiladores le apuntaban a la cara. En un abrir y cerrar de ojos, Diamandis pasaba de cantar en un estilo lírico y grandilocuente a convertirse en una suerte de diva pop comercial. Y aunque este cambio de registro parezca repentino e innecesario, es esa performática mezcla del mundo pop y el indie la que ha conformado la esencia de su propuesta artística. En este sentido el concierto, cargado de contrastes, fue una materialización de su carrera y su evolución.

De este mismo concepto bebió la puesta en escena. ¿Desconcertante? ¿Sugerente? ¿Sencilla? En “No More Suckers”, la tela de fondo se inundaba de imágenes de insectos; en “Froot”, mientras cantaba «I’ve been saving all my summers for you, like fruit», los bailarines rodearon a la artista con barras de neón realizando formas como una concha —¿el Nacimiento de Venus futurista?—; y en “Orange Trees”, MARINA y sus bailarines ejecutaban una coreografía ante imágenes de piscinas y agua que por momentos recordaban a un anuncio veraniego. En las canciones sensibles, se abandonaba el artificio y MARINA aparecía sola, con su piano o cantando a una representación de baile. Una de las construcciones más bonitas ocurrió hacia el final, con “End Of The Earth”, cuando un manto estelar cubría el fondo del escenario mientras la cantante galesa se resarcía en dudas existenciales.

El público, pese a no llenar la Riviera —se arremolinaban en unos dos tercios de la sala—, estaba totalmente entregado al concierto. Una entrega demasiado explosiva, que quizás empañó la experiencia de los momentos más sentidos e íntimos. Y es que a veces, los insistentes gritos se solapaban con los finales de la cantante, e impedían que se oyese cerrar esos gorgoritos líricos marca de su música. O hacían imposible entender el contenido de sus intervenciones entre tema y tema. O los infinitos móviles —nunca he visto tantos— que tapaban la vista constantemente. Pero también fue esta emoción del público la que dio momentos memorables: el concierto fue un coreo constante, con su momento álgido en el estribillo de “Teen Idle”; o cuando una pareja se pidió matrimonio —MARINA les dedicó “Bubblegum Bitch”—.

La cantante, por su parte, estaba totalmente radiante. No solo era su primera visita a salas en España, sino que también era el fin de su gira de presentación del disco. Admiraba con una sonrisa al público, al verles cantar las canciones, desde la primera letra de “Handmade Heaven” hasta la última de “How To Be A Heartbreaker”, tema que se convirtió en una fiesta total. Incluso les dejó cantar partes de las mismas —especialmente en “Baby”, cediendo la parte interpretada por Luis Fonsi—. Y se marchó, cómo no, agradeciendo a todo su equipo y a esos fans que aunque ya no lleve en su nombre, dejaron claro que acompañarán para siempre a esta peculiar diva del pop.

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