InicioConciertosCrónica de Robe en Madrid (WiZink Center, 2022)

Crónica de Robe en Madrid (WiZink Center, 2022)

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Fotografías: Marina Benítez (@_marinabenitez_)

«Se pasó una vida entera y yo solo guardo el recuerdo de unas pocas horas», canta el Tango Suicida de Extremoduro, y el recuerdo de Robe flotando y haciendo flotar durante unas pocas horas, ante 16.000 personas en el WiZink Center, durará muchas vidas enteras. No se sabe si el “hasta siempre” con el que se despidió será el último; lo único que está claro es que, si es así, su adiós estuvo a la altura de su obra. Haremos como dice el Interludio de Mayéutica: «Dejo las ventanas sin cerrar y la puerta abierta, por si decidiera regresar».

El aullido del violín empezó puntual. Se fue calmando y ordenando al unirse el resto de la banda hasta que apareció Robe, decidido con su guitarra a cuestas entre el estruendo del público y, «como un extraterrestre, se posó en el suelo» y llenó el WiZink Center de colores, por dentro y por fuera. Del Tiempo Perdido encendió una noche en la que se cuidaron las canciones, se consintió a la música el espacio que necesitaba; sin prisas y sin desperdiciar un solo segundo. Cada nota que se tocó y cantó fue exquisita, necesaria, con el matiz justo en cada canción y con la pausa y el coraje requeridos. «Y para volar, necesito tiempo (…) Para celebrar el momento / y para ser mejor, necesito tiempo».

Ese tiempo, en el interior de las canciones de Robe, pasó volando. Las casi tres horas y veinte de concierto, contando los dos descansos a los que acostumbra el extremeño, se hicieron cortas. Teniendo en cuenta los extensos pasajes instrumentales de cada canción, la contienda fue aún más épica, y la culpa la tuvo el talento de “Los Robes”: Álvaro Rodríguez a los teclados, Carlitos Pérez al violín, Alber Fuentes a la batería, Woody Amores a la guitarra, David Lerman al bajo, clarinete y saxo y Lorenzo González a las segundas voces, guitarra y bajo, hicieron de lo que podría haber sido mero acompañamiento un verdadero recital donde, se mirara donde se mirara, se estaban tocando líneas de altísimo nivel, mientras aportaban el movimiento y estímulo visual que su frontman no podía dar.

Una de las grandes claves del éxito de esta gira ha sido que Robe no solo ha elegido a grandísimos músicos como banda, sino que se ha rodeado de un grupo con el que rejuvenecer sus canciones y al mismo Robe sobre el escenario. Se le pudo ver disfrutar, bromear e incluso bailar en algún momento. Hubo tiempo hasta para un corte de electrónica que tocó Woody Amores a la guitarra, con un taladro, mientras toda la banda montaba una rave improvisada en medio de la interpretación de Mayéutica. Cuando hay contraste, la intensidad, el júbilo, la rabia y la juerga adquieren todo su significado y el sábado se vivió todo en su máximo esplendor.

Se transitó entre todas estas sensaciones en lo que fue un crescendo de energía. Las canciones de los dos primeros discos en solitario de Robe penetraron hasta hacer encoger los cuerpos, mientras su voz rota desenterraba la belleza escondida entre lo más mundano, entre las drogas y la perversión, en esquinas que para cualquier otro pasarían desapercibidas. «Y a deshora / Sale un sol alumbrando una esquina / Y alegrándome el día», alumbra A Fuego. Por este sendero se colaron cuatro cortes de Extremoduro que entraron como un verdadero regalo: con Si te vas…, Buscando una luna, Tango suicida y el Segundo movimiento: lo de fuera de La Ley Innata se juntaron la añoranza y el esplendor de estas canciones. La imparable Mayéutica terminó de demostrar que no solo la melancolía atrajo hasta el WiZink Center a todo el público. Se cantó cada frase de la obra y se bailó cada estribillo, “Como una puta loca”.

Aunque la veradera locura se desató en lo que fue una celebración de Extremoduro. Jesucristo García y Salir se corearon a niveles ensordecedores, siguiendo el puño en alto de un Robe rabioso y entregado. Desbocado y provocador en A Fuego, fraternal y esperanzado en Ama, ama y ensancha el alma. Seguro, certero, encendido, rejuvenecido, sublime, Roberto Iniesta se despidió por un tiempo indefinido de los escenarios, conmovido al acabar esos versos de Salir: «Y al día siguiente / ya no me acuerdo de na». Pero aseguró, antes de irse: “Sí que me acuerdo, sí que me acuerdo…”, y nosotros nos acordaremos toda la vida.

AUTOR

Jorge Ocaña
Jorge Ocaña
Estudiante de ingeniería, pero sobre todo un loco de la música.

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