Todos nosotros llevamos muchos años escuchando diferentes tipos de música, de autores y formaciones diversas, y a pesar del tiempo, todavía hay propuestas que sorprenden o decepcionan. Cada cual tiene su radar personal de tendencias y gustos. Es por ello que removiendo alternativas entre las largas listas de discos que aparecen mensualmente en los medios informativos, se encuentran trabajos que cautivan y congelan la curiosidad. La intuición no siempre acierta, pero a veces da de pleno.
Bajo una portada cutre e insulsa —hay que tener en cuenta que nunca debe juzgarse un disco por su portada— se esconde la potencia febril de un álbum fascinante, con una tracklist repleta de genuino garage punk y power pop, todo bajo el manto perverso de Made in America. El responsable de esta demoledora belleza es nada más que Bass Drum of Death, nombre que traducido literalmente significa el bombo de la muerte, un power trio desolador que procede de la ciudad norteamericana de Oxford, estado de Mississippi.
Esta formación no es nueva. Posee una historia a sus espaldas de cuatro álbumes de estudio: Bass Drum of Death (2013), Rip This (2014), Just Business (2018) y Gb City (2011). Say I Won’t (Di que no lo haré), es su quinta entrega (2023), considerada por la crítica como la culminación discográfica de la banda. El plástico se ha lanzado al mercado a través de Fat Possum Records y se ha completado con la producción de Patrick Carney (Black Keys) y las mezclas de Morgan Stratton y Ryan Smith.
Bass Drum of Death está compuesto por John Barrett (voz, guitarra y arquitecto de todas las composiciones, demos y grabaciones), por su hermano Jim Barret (guitarras)y por Ian Kirkpatrick, el baterista. Juntos conforman un sonido metálico de alto glamour que rasura toda posible percepción emocional.
El disco posee los componentes clave para desarrollar con exquisitez y consonancia fuertes dosis de arrojo, con algunos temas que recuerdan a Deep Purple (‘Head Change’), a Marc Bolan (‘Say Your Prayers’ y ‘Keys to The City’), a Ramones (‘Everybody’s Gonna Be There’) o a ZZ Top (‘Too Cold to Hold’) … Sin embargo, el álbum ofrece por sí mismo mucho más que esos ganchos referenciados. Es capaz de profundizar el rock bajo un estilo directamente aferrado a la esencia punk.
Asimismo, puede decirse que el álbum representa un nuevo y creativo comienzo que nos sumerge en el universo de la autorreflexión. El mensaje literario es desordenado, pero ofrece ciertas claves que conducen a esa exploración. Las canciones en sí son una mezcla de cambiantes horizontes sonoros sin que por ello pierdan su auténtica raíz. Los arreglos sostienen complejidad, brutalismo, purga, pero la instrumentación y el equilibrio sónico hacen un resto que transforma las armonías resultantes en composiciones entrecortadas, arrasadoras y supremas.
Say I Won’t es, por tanto, un disco que se amalgama en torno a doce temas bien elaborados, pero a diferencia de otros autores sus letras son muy dispersas, es decir, se construyen en base a oraciones desligadas, muchas veces inconexas en su globalidad lo que dificulta el fondo y la coherencia del mensaje que se quiere transmitir. Arrancamos pues con el tracklist…
Find It es el track que da el pistoletazo de salida. Surge como una urgente necesidad de huir a toda costa, de agarrar lo poco que se tiene y de salir pitando, aunque cueste hacerlo debido a los arraigos que nos frenan: «Todo el mundo a mi alrededor se está desmoronando. Me quedo aferrado a la bolsa, pero tropezando. Ahora estoy congelado. Yo soy el problema». Find It es una encarnación que asume la responsabilidad de la propia vida y de los problemas que lo circundan. Según Barrett: «La canción trata sobre la irrelevancia del lugar donde vives a menos que cambies tú mismo».
Head Change, segundo corte del álbum, representa la consciencia y el cambio necesario, pero también la cobardía y la comodidad de permanecer, aunque duela: «Algo anda mal, mi mente está ardiendo. Debí haber sido previsor, porque ahora espero vacío disfrutando del espectáculo».
No Soul, es la indefensión ante la alienación del ser, la pérdida total del sentido y de la espiritualidad a causa de una mujer que no conviene. En su lugar, aparece la oscuridad o la indiferencia: «Soy un agujero negro, sin alma, como una serpiente de cristal.
Say Your Prayers, es producto de una colaboración con Mike Kerr (Royal Blood). Trata sobre la tentación y de cómo sucumbir ante ella con sus debidas consecuencias: «El lobo está en tu cama. Pero el diablo está llamando a tu puerta». Todo el track es pura actitud y ruptura, una lluvia de riffs bajo ritmos dignos de una persecución de autos.
Keys to the City, es una pista acelerada. Su letra deja entrever tristeza y decepción, frustración, ira y deseos por alejarse de todo: «No importa dónde estemos (…) Ya no queda nadie que pueda hacerme girar (…) Tengo un bolsillo lleno de arrepentimientos y parece que no hay un final (…) Estoy listo ya para irme».
Wait, significa un alto en el camino, una parada que incita a pensar, a reflexionar sobre la continuidad de la vida, el fracaso, la rendición o la desesperación. Es una oda a esa muerte en vida que a ciertas personas les asesta el golpe definitivo, sobre todo cuando ves que has perdido el sentido por vivir: «Ya no existe otra manera de luchar, pero si hay otras maneras de morir» ¡Brutal!
Swerving, se inicia al compás de un bajo solemne. El corte describe esa realidad chunga que nos azota y destruye, que nos endurece el corazón hasta convertirlo en un montón de cristales rotos:«Veo el mundo tembloroso, con sus rodillas hincadas y golpeadas. Y yo me siento atrapado en ellas, corriendo por sus caminos. Me lo tomaré con calma pues siempre acabo desviándome del carril».
White Vine, irrumpe con batería y luego da entrada a las guitarras y a la voz lejana de Barret. Me gusta cuando dice: «Camino en línea recta, pero ni siquiera sé qué tan lejos he llegado», una frase que fulmina el alma y nos da a entender que tenemos que estar convencidos de seguir aunque no seamos conscientes de nuestro destino.
No Doubt, melodía de medio gas para suavizar ritmos, pero al poco tiempo se intensifica pata hablarnos de esos momentos de duda y ansia de poder:«He tratado de fingir, pero no digo más que mentiras. No hay tiempo para sacudirme cuando me pongo peligroso, con los ojos muy abiertos. Es mi forma de jugar. Tengo el anzuelo y la línea, pero me hundiré hacia abajo (…) hasta que encuentre mi corona». Quien duda muere.
Everybody’s Gonna Be There, palpita como Ramones, acordes rítmicos y bajos, estribillos pegadizos, melodía contagiosa, un conglomerado pop rock de lujo, idóneo mientras conduces por las carreteras desoladas y cantas a los cuatro vientos:«Si pierdo el tiempo, nunca encontraré la noche (…) pero no pasarán muchos instantes antes de que vea el amanecer. Pero eso forma parte del espectáculo. Ahora sé que el tiempo es lo que estoy perdiendo, sin embargo, seguiré avanzando».
Say I Won’t, arranca con guitarra rítmica y una voz eco de garaje. La cadencia es distorsionante, rozando el stone rock. Una escala de guitarra solista resuena a mitad del tema dándole un toque muy 70. La letra es inmersiva: «Caí en el agujero otra vez. Muy abajo, como si estuviera ya dentro (…) pero esta vez no me atraparán ni me comprarán».
Too Cold to Hold, brilla como si estuviera tocando Billy Gibbons de ZZ Top con la voz de Ozzy Osbourne (Black Sabbath). Todo el sonido es muy 70 y cacofónico. Las frases retumban como lanzas congeladas:«A pesar de su brillo, no había manera de reconocer a la Reina de Hielo (…) ni conquistar ese lugar (…) Allí solo te azotan y te desgarran (…) Prefiero que el mundo sea de oro macizo».
Cerrando la crítica puedo decir que Say I Won’t es un buen disco de garage puro, no fácil de encontrar bajo estas premisas. Lógicamente siempre hay quien opine lo contrario, pero una de las grandes ventajas de la música es precisamente su aperturismo y la flexibilidad que ofrece para que cada cual elige el menú que más le apetezca. Gustos aparte, no cabe duda, de que Say I Won’t es un trabajo que pilla, que no deja indiferente, salvo por las letras que son su punto más volátil.
Musicalmente, se trata de un plástico ensordecedor, que fusiona nervio, ambición, gruñido fuzz, percusión aplastante y melodías adictivas, generando con ello una atmósfera inmersiva y fascinante. El disco captura las texturas del sonido garage punk, capaz de demoler y devorar a su fiel audiencia. Como ha dicho últimamente la compositora Meghan Patrick: «La música tiene el increíble poder de impactar nuestras vidas. Puede hacer que incluso una persona se sienta menos aislada en sus luchas diarias. Solo por eso ya tiene sentido».