Hay bandas que durante toda su carrera se adscriben a un estilo, aprenden a hacer un sonido y se quedan ahí. Están cómodos, suenan a eso, más allá de que experimenten en otro momento de su carrera con otros ritmos. Y esto facilita mucho el trabajo a los periodistas musicales que hábilmente usamos su referencia para describir otras bandas, con frases como “Esta *banda nueva* os gustará mucho si os gusta *banda antigua*”. Es tentador y no os vamos a engañar, es nuestra zona de confort. Por eso precisamente bdrmm (se pronuncia Bedroom) son el enemigo del crítico musical.
Microtonic es el nuevo álbum de la banda británica. Y es una nueva ruptura con todo lo anterior, sus dos discos anteriores, Bedroom (2020) y I don’t know (2023), haciendo que este humilde crítico tenga que trabajar más de la cuenta explicando qué debéis esperar de este nuevo álbum. Porque en 2020 os habríamos dicho que es la nueva esperanza del shoegaze y el dream pop. En 2023, que el ambient y el trip hop combinaban muy bien con las guitarras saturadas y el pop. Pero en 2025 podemos hablar de uno de los discos de electrónica del año.
Aunque tampoco debemos exagerar. Puede que Microtonic sea una (nueva) ruptura, pero se ve un hilo conductor claro, aunque fino. La pulsión ambiental y ensoñadora de los Slowdive de los 90 sigue latente, oculta bajo programaciones, sintetizadores y cajas de ritmo. De hecho resulta muy interesante el giro en su sonido. Es una electrónica poco convencional, que se siente muy cómoda al lado de referentes en la música actual, como Kelly Lee Owens, y a la vez perfectamente integrado junto a obras como Pygmalion (1995). Es un eslabón perdido, un ejercicio de fusión entre el ambient y el dream pop noventero y la electrónica contemporánea, que por cierto, ya amenazaba con incorporarse inminentemente a su repertorio en su segundo álbum, I don’t know.
En Microtonic, sin embargo, emergen y brillan las colaboraciones. La primera, en el tema que abre el álbum, Goit, junto a Working men’s club, que nos hace plantearnos si nos hemos equivocado de banda o si hay un error en las etiquetas de nuestro servicio de streaming. Una introducción clubber realmente oscura que sirve como declaración de intenciones y presentación de uno de los temas centrales, y característicos del álbum, Join the ceiling.
La segunda colaboración viene de la mano de la cantante Olivesque, de la banda Nightbus, con In the electric field, un mediotiempo electrónico que podría estar en cualquier álbum de los últimos Radiohead (o The Smile, los límites están difusos), o incluso en Mezzanine (1998) de Massive Attack. Otra de las pequeñas sorpresas de este Microtonic.
Infinity Peaking es uno de los temas más convencionales del álbum, una canción dream pop con bien de fuzz y delay, para mirarse la punta de los zapatos, que hacen que la línea de sintetizador navegue sobre un mar de nubes. Microtonic, que da nombre al álbum, bebe de las aguas de Boards of Canada o Chromatics. Clarkycat evoca el principio del electropop y referencia musicalmente a bandas como Depeche Mode. Y The Noose cierra el álbum con una mezcla de fina electrónica y nu-gaze, rubricando un álbum rompedor.
Microtonic propone un sonido diferente, aunque no novedoso, pero perfectamente integrado, que no solo respeta sus influencias, si no que las celebra. Y nos deja con una sensación de que cualquier cosa que haga Bdrmm va a ser, cuanto menos, interesante, y seguramente, de altísima calidad. Una banda que podemos considerar un referente actual, momento multicultural y diverso y que a los críticos musicales no nos va a servir nunca para decir “si os gusta Bdrmm, os gustará esta banda”, porque Bdrmm no suenan a nada. No suenan ni a ellos mismos. Porque ellos así lo han querido, es lo que les define. Y en el fondo eso no tiene nada de malo, más bien al contrario.