«Mi relación con la creación se está convirtiendo cada vez más en una necesidad profunda y no en algo que hago de manera casual. Cuanto más se centra mi vida en el arte y la creación, más necesito equilibrar eso con el estado de fluidez personal. Sin eso, creo que mi alma simplemente se marchitaría, y eso no es algo que pueda lograr»
CASSANDRA JENKINS
A veces es necesario detenerse para reflexionar y dar salida a las emociones a fin de alcanzar ese punto que solemos perder en nuestra agitada vida cotidiana. El mundo no es lo que debería ser, más bien se ha convertido en una maldita broma que no produce risa, sino más bien tristeza y asfixia. Vivimos dentro de una quimera de mal gusto que suele atentar contra nuestra integridad y sentido por vivir.
Por suerte, existen pequeños oasis que refrescar estas sequías internas, flujos que nos permiten recuperar los eslabones perdidos que dejamos atrás en nuestro obsesivo peregrinaje por adaptarnos y sobrevivir. Gracias a ello podemos recolocar nuestro nicho de mercado en alguna parcela perdida de la sociedad.
MI LUZ, MI DESTRUCTOR
Vivir no significa pues avanzar a ciegas, sin efectos luminosos que guíen nuestros pasos por los senderos de la vida, repletos de acantilados y peligrosos abismos al vacío. Cassandra Jenkins, cantante y compositora estadounidense radicada en Nueva York, nos ofrece evitar esa muerte existencial a través de un fulgor global que nos advierta sobre los agrestes peñascos de la ruina.
Su apacible voz nos mantiene a flote entre las bravas aguas que tratan de engullirnos. Al mismo tiempo, es el resorte que nos libera de la soledad, del envejecimiento y nos facilita la búsqueda de significados dentro de la dureza cotidiana. Jenkins utiliza para ello su etéreo mundo folk a través del cual se revelan los cortinajes de la inspiración y se desenmascaran las conexiones entre lo personal y lo espacial.
EN EL INTERIOR DE LA LUZ
My Light, My Destroyer es el tercer álbum de estudio de esta sensitiva autora, disco que aparece tras su elogiado compromiso preliminar, An Overview on Phenomenal Nature (2021). Este nuevo trabajo se manifiesta en trece pistas que barajan distintos géneros musicales y cambios de temple. Con ello, Jenkins logra combinar hermosas canciones junto a intervalos instrumentales, grabaciones de campo y conversaciones entre personas, creando un estilo sensorial íntegro y heterogéneo. La producción del álbum ha sido llevada a cabo por Andrew Lappin.
Toda la obra está llena de iconografías deslumbrantes y contrapuntos insospechados. Son conceptos que plantean la revelación y la aceptación de las propias vulnerabilidades así como la búsqueda de los significados perdidos en un cosmos sin respuestas, sin dioses que resuelvan los acertijos y los interrogantes.
Por tanto, no hay creencias ni revelaciones redentoras, a menos que sean demostrables, pero si es cierto que en algún momento pueden resurgir refutaciones desde lugares desconocidos. Somos seres previsibles y manipulables y por eso solemos refugiarnos en lo que nos parece necesario o imprescindible.
Es así como siendo humanos proseguimos nuestra andadura argumentando preceptos y creencias que tratan de dar respuestas indemostrables. Perder la fe significa la muerte existencial. Jenkins nos plantea parte de estas inquietudes en sus trece canciones, todas ellas hiladas con obscura y fúlgida sensibilidad.
Desmenuzar una por una las trece canciones es casi una labor de hondo psicoanálisis. Las metáforas y diversas figuras retóricas se yuxtaponen al sonido que las arropa, hasta el extremo de tejer una poesía de elevada y refulgente relevancia.
El álbum abre inicialmente su paraíso emocional mediante un acto de entrega global a la experiencia: «Caminé sobre lechos de roca. Expuesta y estéril. Desaparecí en las montañas. Llamé a todas las puertas. Hasta que una se abrió y sentí que mis brazos se levantaban ligeros como plumas» (Devotion). Este tema da inicio a esa luz que nos lleva a lo largo de complejos caminos existenciales, mientras la mente trata de reflexionar sobre ese tiempo que pasa y golpea el alma.
Otro de los temas apasionantes es Clams Casino, segunda melodía cinco estrellas que, a medio gas, nos arrima a un contacto sureño parecido a Neil Young. La canción narra la necesidad de hallar algo perdido y que no encontramos: «He estado buscando un resquicio de esperanza pero solo encontré un pelo suelto en la ropa de cama».
Delphinium Blue es el tercer descenso emocional pero hacia nuestras profundas marismas existenciales que deambulan en su eterno vaivén ecográfico. Los golpeos percusivos, la cadencia melosa del sonido y los registros vocales, convierten la pista en una obra original y maestra. Los efectos que enlazan las canciones tras su final o inicio, son realmente fascinantes. Dan un toque especial al álbum. La letra deja bellezas como ésta: «Las noches caen como espinas de rosas. (…) El aire está lleno de su perfume».
Aurola IL., es otro de las tesoros escondidos de Jenkins. La guitarra cruza los espacios bajo una distorsión electrónicamente sucia y bella. Nos habla de la soledad que nos ahoga y nos roba la presencia: «Atrapado en el espacio-tiempo (…) Solo una línea delgada entre nosotros y la nada». Según la autora: «La canción se sentía como un crustáceo arrastrándose por el fondo del océano, probando diferentes caparazones, hasta que finalmente encontró un hogar definitivo».
Betelgeuse aparece como una corta grabación de campo que registra una conversación entre madre e hija mientras observan de estrellas. La pista queda respaldada por el piano ligero y espacioso de Michael Coleman y una variedad de sonidos sombríos a manos de Jesse McGinty. El arreglo de jazz ambiental se suma a la sensación de intimidad que recuerda en algunos instantes a Lizard de King Crimson. Betelgeuse es, asimismo, la novena estrella más brillante del cielo. Se halla en la constelación de Orión y se cree que ya ha explosionado convirtiéndose en una supernova gigante.
Llegamos a Omakase, una expresión japonesa que significa «lo dejo en tus manos». Esta canción invita metafóricamente al desarme y al rearme emocional: «Quieres ver quién soy? Hazme pedazos y vuelve a juntarme». ¿Se trata de una deconstrucción para reconstruir algo mejor?
Respuestas aparte, suena un tono y aparece Attente Téléphonique, una pieza atípica que se alza como un curioso diálogo telefónico en francés que muestra la frustración que se produce cuando las personas son muy diferentes y no logran el entendimiento: «Soy un visitante extranjero, desvaneciéndose en la distancia, viendo el viento que pasa».
Petco es otro de los lujos del esférico. En él destaca la guitarra distorsionada al estilo Pixies, efecto que captura un sentimiento de incomodidad. La canción explora, además, la dualidad y la desconexión con el mundo natural a través de una mirada introspectiva en una tienda de mascotas. Jenkins reflexiona sobre cómo buscamos estas conexiones emocionales perdidas entre la soledad, y que a menudo tratamos de suplir mediante compensaciones de otro tipo. En el videoclip este fragmento queda plasmado en la mirada de reojo de un lagarto.
Tape and Tissue es un tema muy atmosférico. Se acerca al sonido de Portishead pero incluyendo aportes jazzísticos. Representa la lucha contra las consecuencias de un amor que salió torcido: «Desearía que pudieras ver el alcance del jardín a través del suelo pavimentado (…) pero tengo miedo de que nuestras miradas se reencuentren. Si te veo no cruzaré al otro lado nunca más» (Tape and Tissue).
Only One es la pieza suave que faltaba para completar el puzzle. La cadencia luce como un diamante al unísono de voces e instrumentación oscilante. El texto resquebraja el alma cuando Jenkins canta: «¿Cuánto durará este dolor en mi pecho? Eres la única a la que he amado. La única a la que sé amar».
Y llegamos al desenlace con Hayley, el último aliento antes de que el velo de la quietud cierre el viaje emocional. Arranca con la tristeza de un adiós pero mantiene viva la llama que da cobijo a la tierna intimidad. No hay voces, tan solo el sonido ondulante de la instrumentación que lentamente va alejando su sonido hasta llegar a su dulce final.
A PESAR DE TODO, LA LUZ DEBE SEGUIR BRILLANDO
Vivir en un mundo donde cada vez cuesta más rudo encontrar destellos que sepan conducirnos a través de las estepas emocionales, resulta un reto constante ante una posible destrucción de nuestra existencia. No estamos preparados para afrontar este tipo de cataclismos existenciales, ni los dogmas ni la cultura son capaces de resolver nuestras dudas, miedos, pérdidas, deseos o inseguridades. Necesitamos luz propia y reencontrarnos. Para ello hay que luchar contra toda imposición de falsos preceptos. Precisamos alcanzar esa plenitud anhelada. My Light, My Destroyer juega con esas dos bandas, por una parte advierte la posibilidad de caída al abismo, pero por otra nos indica que es posible otra actitud si somos capaces de distinguir el fulgor de la oscuridad. Esa luz propia es la clave. Esperemos que sea así, porque al final de todo, la luz siempre debe seguir brillando.