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SUNFLOWER BEAN – HEADFUL OF SUGAR

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Brillante. Más que brillante, deslumbrante. Cálido, acogedor, delicado. Cualquiera que haya escuchado Twenty Two in Blue (2018), de Sunflower Bean, estará de acuerdo con estos adjetivos. Cuatro años han pasado desde esta obra maestra que nos dejó la boca abierta como si fuéramos un dibujo animado. Y con 22 años de edad, de ahí el título del álbum.

Hasta entonces, habíamos seguido la estela de la banda desde sus inicios con Show Me Your Seven Secrets (2015), su EP de debut, con tan solo 19, y su primer álbum, Human Ceremony (2016) donde exhibían un abanico de influencias desde los Beatles a Spacemen 3 pasando por la psicodelia de Brian Jonestown Massacre. Dos años después, en la radio, alguien dijo: «Mirad estos chicos, se parecen a Fleetwood Mac.» Y eran ellos, los mismos Sunflower Bean.

No voy a hacerme el interesante. Para mí, que se parecieran a Fleetwood Mac no era buena señal. Sobre todo por la veneración a la psicodelia que tenemos en esta casa. Me pareció que habían perdido su esencia, su potencial. Además, eran esos Fleetwood Mac, esa banda que le encanta a mi padre. Música de padres. Un tipo español que apenas aporrea una guitarra juzgando el potencial y el porvenir de tres chicos de un talento descomunal con tan solo 22 años. El efecto Dunning-Kruger ataca fuerte.

No exagero cuando digo que Twenty Two in Blue cambió mi forma de percibir la música. Poco a poco se fue enganchando en mi subconsciente y empecé a descubrir los juegos impecables de voz, las melodías perfectas, las canciones frágiles, jóvenes, celebrando la vida, con esperanza en el futuro pero también con cierto temor ante lo que venía. Es más, empecé a escuchar Fleetwood Mac. Dreams es de las mejores canciones de la historia.

Twenty Two in Blue fue un punto de inflexión también para la banda. El batiburrillo de influencias y heterogeneidad de Human Ceremony se había transformado en una flecha que apuntaba hacia una única y luminosa dirección. Hasta la imagen de la banda había cambiado. En la portada salían tres modelos de revista. El carisma de Julia Cummings eclipsaba cualquier otra banda de su generación, siempre escoltada por Nick Kivler, la otra voz de la banda, de una personalidad sonora excepcional y por la baterista Olive Faber. Sin duda el presente y el futuro del indie pop.

Sin embargo, los años pasaron y no volvían. No aparecía la continuación de Twenty Two in Blue. Sí teníamos noticias suyas en forma de canciones sueltas, así que tenía que llegar tarde o temprano. Y a su rebufo aparecieron multitud de bandas de su generación rompiendo el cascarón y haciendo tanto ruido como ellos, como puede ser Sorry, Dehd o, más recientemente Wet Leg. Pero han vuelto, por fin, en 2022.

Lo que pasó fue una fuerte crisis existencial de la banda a raíz de la pandemia. Después de una adolescencia de tocar sin parar, de dar conciertos, formar bandas, disolverlas, componer canciones, empaparse de influencias, retorcerlas, y volverlas a plasmar en forma de música pop, tenían que parar. Para Kivler, la música dejó de ser lo más importante; Cummings reconoce que la pandemia le arrebató las cosas que más le gustaba hacer; Faber, por su parte, comenzó a transicionar de género durante la pandemia. “La pandemia me dio el tiempo para sentarme conmigo misma, y darme cuenta de quién era cuando no estamos de gira», explicaba en una entrevista a Rolling Stone.

Esta catarsis personal y colectiva ha cristalizado este 2022 en su tercer álbum. Con una nueva dirección, con un nuevo estilo, con más madurez. Es como si Sunflower Bean hubieran avanzado en la historia de la música. Dejando atrás ese pop setentero con trazas de dream pop, en este álbum, Sunflower Bean se adentran en el pop de los ochenta como Post Love (que podría aparecer perfectamente en vuestra serie nostálgica de terror ochentera de referencia), incluso con signos incipientes de rock alternativo de los 90, claramente plasmados en temas como Roll the Dice, Beat the odds y Feel Somebody, pero siempre con canciones pop atemporales, como Stand By Me, la maravillosa -y que ya conocíamos de antes- Moment in the Sun, incluida como bonus track y probablemente la mejor canción del álbum. Mención aparte merece la canción que da nombre al disco, Headful of Sugar, con cierto tono Madchester, y unos arreglos muy en la onda de los Blur más recientes, los del Magic Whip (2015), y la clara influencia de las Ronettes en Baby Don’t Cry, que perfectamente podría haber interpretado Sharin Foo.

En resumen, con Headful of Sugar (2022) vuelven a la heterogeneidad de su primer álbum, Human Ceremony, pero dando la sensación de estar al mando en plenitud de condiciones, sabiendo exactamente qué hacer y cuándo hacerlo. Se han convertido en una banda más fuerte, más sólida, más madura y que comprende mejor aún la música que les rodea y que forma parte de ellos, que, en esencia, es como funciona esto de ser músico: comprender qué forma parte de ti y expresarlo. Sunflower Bean son una superbanda, son el futuro y el presente. Y vienen a reclamar un puesto de referencia. Ese puesto que nunca dejaron, en realidad, pese a que la vida les atropelló. Y salieron indemnes.

Escucha aquí el disco

AUTOR

Guillermo Vázquez
Guillermo Vázquez
A veces escribo de música, a veces escribo de coches. Otras veces hago música. Pero la mayor parte del tiempo me quejo por cosas.

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