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SWERVEDRIVER – FUTURE RUINS

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Swervedriver poseen maldición y todo, algunas frases molonas sobre que son dos tipos y sus pedales y en 2019 se han marcado un buen disco. Ya la salida de sus tres primeros singles con sus respectivos vídeos pintaban estupendamente. El sexto álbum para los británicos que quisieron conquistar EEUU ha captado una realidad mono-color con ecos de los noventa y la urgencia de quien percibe el tiempo fluir de manera inexorable. Así, mientras Ride y Slowdive nos han presentado discos acomodados en una dulcificación de sonidos, Adam Franklin, Jimmy Hartridge Steve George y Mikey Jones poseen una energía casi postadolescente con la sonrisa que aportan las derrotas durante el transcurso de los años. Cosa que en Swervedriver han sido numerosas, y dolorosas.

Mary Winter es shogaze del bueno si es que eso significa algo más allá de una etiqueta y The Lonely Crowd fades in the air es un tema con añoranza a Seam. Sólo eso ya sería suficiente para justificar el resto de su escucha en un mundo que hincara rodilla ante las emociones. Los suecos Logh también nos vienen a la mente en los coros. Power pop entretejido con emo y medias distorsiones que reverberan temblorosas. Parecen quebrarse. Parecen escaparse. Se atenazan a nuestras venas con cada estribillo, con cada estrofa. Estos dos temas van a ser de lo mejor del año en este estilo porque son de lo mejor de la década.

Future Ruins retoma el ambiente duermevela de los maestros del género Codeine y lo onírico de Beach House (aunque Beach House sean herederos de Swervedriver y como ellos, otros tantos). Un tema brumoso, plomizo y sosegado con un Theremin pululando a la expectativa de que algo más suceda en ese diálogo de guitarras rotas que tartamudean y secciones rítmicas que vigilan la tensión tapadas hasta la mirada. Paisajes eléctricos en descomposición de lo que pudo ser. Psicodelia lo-fi y un raid con una reverb muy The Doors sin abandonar esas capas que aportan niebla y grises a la imagen. Exquisitez, elegancia y fragilidad. The ascending es mucho más ligera ya de partida, muy british de hecho, estallando a lo grande para despertarnos con un fuzz que abarca todo en un juego de idas y venidas tan de los noventa que uno se sorprende y sonríe por volver a escuchar. Una de esas canciones que conecta con el subconsciente colectivo y eres capaz de bailar desde la primera nota.

Certeros en las melodías, se presentan destartalados en sus arreglos. Si pensamos en Pixies, Pavement, Sonic Youth o The Flaming Lips lo de Tame Impala se queda en un juego de críos y pedales de efectos de colores; contrastes ácidos bien cargados que sólo podremos disfrutar dejándonos llevar en una bella desestructura informal. Frente a ese caos, Drone Lover, otro de los singles que en su primera escucha me llevaban a los mejores red house painters cuando Kozelek aún cantaba. Porque Kozelek antes cantaba. Una maravilla power pop brillante pese al desenfoque. Anclados en un sonido cercano a Teenage Fanclub incluso. Lo que vendría a ser la cara A se resuelve con una nota muy alta.

Spiked Flower se sitúa como continuación de esa parte más amable de la banda fundada en 1984. Fans de Hüsker dü, Dinosaur Jr o Sonic Youth su sonido pop con guitarras eléctricas queda totalmente plasmado en los compases de este tema. Sensibilidad y ruidera que preceden paisajes en silencio como los de Everybody’s Going Somewhere & No-One’s Going Anywhere entre respiraciones, tintineos, teclas de lluvia y humedad para soportar un spoken word a media luz. Golden remedy alza el vuelo sin estridencias con una cadencia arrastrada de la mano de un Mark Eitzel pasado de vueltas tejiendo las guitarras tras capas de sintetizadores y psicodelia final. Uno de esos temas de menos a más que, como las olas, te arrastran y llevan hasta la orilla. Allí nos espera Good Times, agresiva en sus guitarras y dulce en las voces. Magistral mezcla de pop brillante, rock sin clichés, noise en espíritu y fuzz en la mochila. Una canción muy viva a la altura de los mejores singles del disco.

Radio Silent va a despedir la visita con siete minutos, como manda esa ley no escrita en la que el broche se presenta con apenas unos arpegios a media distorsión y tremolo. Sólo con eso ya demuestran que están más allá de modas, que su discurso está ahora mismo en un ejercicio introspectivo y el tiempo pasa. Para ellos por suerte, para bien.

Hubo una época en la que pequeñas bandas del emo, el slowcore, el sadcore batallaban por el silencio en los directos, por el respeto a sus canciones, para que el viaje fuera compartido. Una época de pulsaciones en reposo en las que los discos se escuchaban de principio a fin para que cuando llegara el final todo hubiera tenido sentido. Sin excesivos cambios de registro, todo eran aristas y vistas desde una habitación. Sin demasiados artificios gestuales, el sonido y el silencio se tenían en cuenta. La propia respiración. Las melodías de voz que salen de los pulmones y exhalan aire más que cantar diluyéndose con el resto de las notas y armonías. Una época de alquimistas a la que Swervedriver nos enseñan una pequeña puerta que se abre, una pequeña puerta que se cierra.

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