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SUFJAN STEVENS – THE ASCENSION

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Sufjan Stevens está enfadado, y nos lo demuestra en The Ascension, su último disco en solitario. Después de todo, ¿cómo no iba a estarlo viendo la distopía en la que vivimos?

El artista nos presenta un trabajo diametralmente opuesto a lo que muchos consideran su mejor disco, el acústico Carrie & Lowell. The Ascension se halla mucho más próximo a The Age Of Adz o Planetarium (una colaboración entre Stevens, Nico Muhly, Bryce Dessner y James McAlister), pero sin la grandilocuente orquestación que se puede encontrar en estos trabajos.  

The Ascension es un largo (en el sentido más amplio de la palabra con sus 81 minutos de duración) de 15 temas completamente electrónicos compuestos por sintetizadores, drum machines y samples de la propia voz de Stevens, donde las guitarras brillan por su ausencia, a pesar de colarse en algunos temas. 

A priori, la idea de un disco de 81 minutos completamente electrónico puede parecer de escucha pesada, y a pesar de que tiene un pequeño momento de flaqueza, el disco es bastante regular y presenta suficientes matices como para resultar interesante. La mayoría de las canciones presentan una estructura en la que se pueden encontrar diversas capas de elementos que hace que tras 5 vueltas se puedan seguir encontrando elementos nuevos, esto junto con la capacidad melódica del de Michigan, es una combinación que hará delicias a los más pacientes. 

Nos introducimos en el mundo de The Ascension con Make Me An Offer I Cannot Refuse, en la que se deja ver la tónica general del disco. Una instrumentación que roza la música ambient, con grandes cambios de intensidad, juegos de crear y soltar tensión,  grandes crescendos (muy típicos en la obra de Stevens) y muchísimas pistas también a nivel lírico, donde se puede ver su pesimismo respecto a la situación actual. Destaca esa epicidad tan característica con los samples de su voz, que hacen la vez de coros y parte de la instrumentación simultáneamente. En este tema también participa Bryce Dessner, siendo a la vez una de las pocas colaboraciones y una de las pocas guitarras que se encontrarán en el disco. 

Run Away With Me llega de forma mucho más dulce que su predecesora, siendo uno de los temas más tranquilos y gentiles del disco. Stevens canta a su amante para huir juntos de la situación actual:”They will terrorize us with new confusion, with the fear of life that seeks to bring despair within”. Sobre un colchón de sintetizadores destaca el juego entre la voz de Stevens, con la melodía principal, y otra línea melódica en contrapunto, más aguda.

El tercer tema, Video Game, fue uno de los singles que se adelantaron al disco. Una canción muy deudora del synth-pop de los años 80 (incluso hay una referencia a Personal Jesus de Depeche Mode) y una de las canciones más bailables del disco. En ella, Stevens nos habla de intentar ser lo mejor que podemos ser, mientras arremete contra la sociedad y el papel que las redes juegan y nos hace jugar en ella. Por su parte, él prefiere mantenerse al margen de todo eso: “In a way I want to be my own redeemer, I don’t want to play your video game”. Es uno de los temas más inmediatos del disco.

El inicio un poco caótico de Lamentations y su ritmo nos recuerda al Kid A de Radiohead. Es una de las canciones más cortas del disco y esto juega mucho a su favor puesto que de lo contrario, debido a cómo se plantean los ritmos y los samples entre los versos podría pecar de demasiado machacona. El puente instrumental no resulta demasiado interesante puesto que solo añade un coro.

De nuevo, el pesimismo y la búsqueda de apoyo por parte de un amante es la temática de Tell Me You Love Me, canción que ya nos golpea con su primera frase “My love, I lost my faith on everything, tell me you love me anyway”. Cargada de samples que alargan palabras en frases y autocoros casi fantasmales, presenta una melodía sublime, tanto por la parte vocal, como por debajo más nítida con un sintetizador. Se va construyendo poco a poco añadiendo capas, sobre todo de los ya mentados samples de la voz de Stevens y añadiendo profundidad a la melodía principal a base de añadir elementos, hasta que ya hacia el final estalla en un ejercicio tremendamente catártico al grito de “I’m gonna love you anyway”

Die Happy es uno de los temas más curiosos del disco: sobre una frase repetida –“I wanna die happy”– , Stevens despliega un gran paisaje sonoro que trasluce el conflicto del cantante respecto a este órdago. Si bien quizás la parte inicial peca de ser demasiado larga, el momento en el que la canción rompe es tan catártico y presenta unas texturas sonoras tan interesantes que hasta se puede perdonar su duración de casi 6 minutos. 

Ativan le debe su nombre al ansiolítico, aquí más conocido como Lorazepam, y habla de la ansiedad que puede generar el mundo moderno y como Stevens se encomienda al poder del medicamento para que le tranquilice: «Is it all for something? Is it all part of a plan? Tranquilize me, sanitize me, Ativan«. La línea de bajo que comanda el inicio podría ser el corazón de una persona. El momento de ruptura, ese ataque de ansiedad. Y el final llegaría con el efecto de la pastilla y la vuelta a la calma.

En el siguiente tema, Ursa Major, Stevens vuelve a sus ya más que habituales referencias religiosas, se encomienda a Dios para que le de respuestas, fe y una forma de encontrar el camino: «There is beauty where I see it, everywhere that I can feel it, I am on the verge of sorrow, tell me, Lord, which road to follow«. En lo musical está muy en la línea de los temas anteriores, unos ritmos muy marcados, samples y sintetizadores que ofrecen profundidad. 

Landslide rompe con la tendencia de los samples y se presenta como uno de los puntos fuertes del disco. Nos reencontramos con una melodía principal que se complementa con el resto de la instrumentación y la voz de Stevens. La entrada al estribillo nos golpea con intensidad y es un cambio de tercio que se agradece con Stevens hasta gritando, cosa muy poco habitual en el resto de sus trabajos. 

Gilgamesh parece un descarte de The Age Of Adz puesto que contiene el carácter épico de aquel disco que Stevens publicó hace ya la friolera de 10 años. Sobre todo resulta interesante su percusión, absolutamente caótica, que simboliza la pérdida del sentido de existencia: «I’m four degrees off the ground, I am lost, forgive me«, canta.

Death Star y Goodbye To All Of That son temas separados, que sin embargo transicionan de forma completamente brutal. El primero es un tema completamente industrial, construido sobre loops de samples de la propia voz de Stevens. A mitad de la canción, el puente brinda una melodía oscura, absolutamente hipnótica y adictiva. Cuando se produce la transición y empieza Goodbye To All Of That los samples a modo de coros continúan, pero un nuevo elemento sonoro aparece y se adentra hacia un terreno mucho más dulce sobre la misma percusión.

Entrando en la recta final del disco encontramos otro de los singles del disco. Sugar, de nuevo muy deudora de los Radiohead más electrónicos. Tras una intro de 3 minutos llena de capas y matices Stevens pide que le demos «un poco de azúcar» como metáfora de que le demos un respiro, de nuevo vemos un mensaje bastante pesimista por parte del americano: «All the shit they try to feed us, don’t drink the poison or they’ll defeat us, this is the right time, come on, baby, gimme some sugar«.

El tema que le da el nombre al disco es posiblemente el más dulce y el más cercano a Carrie & Lowell. No presenta grandes profundidades sonoras, ni máquinas de ritmos descontroladas, solo la voz de Stevens acompañada de un sutil reverb sobre bases de sintetizador. Es debido a este contraste con el resto del disco que llama la atención y permite prestar más atención a la magnífica letra que firma el americano. La búsqueda de un sentido en esta vida, el ver la luz y dejar de preocuparse por los grandes problemas del mundo para ser la mejor versión de nosotros y esperar que con eso sea suficiente. No solo es uno de los puntos álgidos del disco, me atrevería a decir que es uno de los mejores temas de Sufjan Stevens.

Como cierre de The Ascension, encontramos el primer single que se nos presentó en julio. America con sus 12 minutos de duración, nos presenta un Sufjan muy decepcionado con su país. Ese artista que aspirara a hacer 50 discos, uno por estado, confiesa que ya no cree y parece pedir a un ente superior que no haga con él lo que ha hecho con Estados Unidos. La canción es la que más se ve influenciada por su anterior trabajo con su padrastro, Aporia, ya que presenta una coda tremendamente ambiental que comete el error de ser demasiado larga. 

Con todo esto, Sufjan Stevens nos deja un disco diametralmente opuesto a su último largo en solitario. Tampoco es esto una sorpresa, ya que el americano no ha hecho lo mismo dos veces y hasta ahora, de forma más o menos acertada, nunca ha fallado en sus experimentos. Es por ello que sus discos son tan esperados, y este The Ascension es otra razón por la que Sufjan Stevens es un artista imprescindible hoy en día.

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