Recién sopladas las velas de la tarta que celebraba su 25 cumpleaños, Vetusta Morla se concede el autorregalo más valioso en estos tiempos de poses y prisas por agradar: la sinceridad.
Tomar distancia a menudo se confunde -erróneamente- con huir, sobre todo cuando no se comprende el desgaste que se acumula con un cuentakilómetros que cada día suma a cientos o miles y que te aleja de las esferas más personales de la vida para acercarte y exponerte ante miles de almas. Por ello, el descanso que devendrá de Figurantes (2024, Pequeño Salto Mortal) es humano y bien merecido.
De este modo, Figurantes (2024) se erige como el séptimo álbum de estudio, marcando desde todas las perspectivas un capítulo bien diferenciado con respecto a los predecesores, ya que nace desde la adrenalina de giras eternas encadenadas y de la inquietud innata de la banda por hacer las cosas diferentes, sin seguir cánones ni reglas más allá de lo que el corazón y la intuición requerían.
A pesar de esa premura, novedad en el desarrollo y cierta “improvisación”, los detalles para su manufactura han sido cuidados al detalle, pues ha sido grabado en varias fases y estudios de Madrid (Estudios Reno, Estudio Uno y Musigrama). Además en la producción y mezcla, han contado con la colaboración de pesos pesados (Carles Campi Campón, ganador de varios Latin Grammy –Jorge Drexler, Natalia Lafourcade– y Craig Silvey –R.E.M, Arcade Fire, The National-).
Por si fuera poco, y para bordar el empeño de un trabajo bien elaborado, se han nutrido de la simbiosis con los artistas Boa Mistura quienes han extraído la esencia de las canciones para elaborar la portada, confiando en los verdaderos figurantes: los fieles oyentes, anónimos y sin embargo protagonistas de esta historia.
Una vez nos adentramos en el contenido musical de Figurantes (2024) encontramos un álbum que se alza como testimonio del constante crecimiento del sexteto madrileño, y de paso, del momento vital en el que se encuentran. Quizás es tópico y muy manido decir que “han alcanzado la madurez”, pero en el caso que nos ocupa, no podemos decir otra cosa: se percibe la introducción de sonidos distintos -quizás más complejos- letras más cargadas de desencanto de lo que han acostumbrado en otras entregas, a veces incluso pesadumbre vital hambrienta de una compañía amable a la que aferrarse. En definitiva, y a mi juicio, consigue la cuadratura del círculo: hacer que un disco que marca una distancia tan evidente con su línea estilística de confort, a la vez suene tan propio, tan a “hogar” (aunque esto no se aprecie tan evidente hasta que le concedemos varias escuchas).
El disco arranca con la energía de Puentes, estrenada en marzo junto con Catedrales como haz y envés de la misma hoja. La originalidad de mezclar sonidos esenciales y electrónicos, versos recitados y cantados, y de fondo la filosofía que flota a lo largo de los 40 minutos de este trabajo: lo que nos hace humanos no está en lo artificial sino en el poder de crear conexiones que superan barreras y construcciones físicas.
Como cara opuesta, Catedrales, más acústica, reposada e introspectiva que funciona como poderosa metáfora. A través de las catedrales (de nuevo edificaciones creadas por el ser humano) se simboliza el refugio interno en el que nos protegemos emocionalmente de lo que duele, conectando con la duda interior, las creencias y la complejidad de los sentimientos ante los desencuentros con las expectativas vitales.
Y es que, las letras de Vetusta Morla son singulares precisamente por el simbolismo tan marcado y la constelación de metáforas de los que ya son maestros, y con las que crean universos poéticos a la vez que le guiñan el ojo a referencias del cine y la literatura.
En La sábana de mis fantasmas, el primer adelanto presentado por la banda en vísperas navideñas, se despliega un universo simbólico efectivo. La sábana se convierte en el símbolo de los miedos e inseguridades personales que nos acompañan y nos pesan. La canción sugiere que enfrentando estos «fantasmas», podemos liberarnos de su influencia y alcanzar la claridad. Este mensaje se entrelaza con un ritmo inicialmente pausado, casi hipnótico como una nana, que luego se intensifica hacia la mitad de la canción, agregando una dimensión emocional más profunda.
Claro que, además de evocar ideas filosóficas, que bien pueden ser distintas para dos oyentes, también encontramos temas más tangibles, en los que el mensaje es más explícito.
Pruebas de ello son, en primer lugar, ¡Ay, Madrid!, tema delicioso que adelantaron casi coincidiendo con San Isidro en el que el medio-tiempo marca de la casa, se adereza eficazmente con una base electrónica muy marcada (que se hace notar ostentosamente en todo el disco y que casi puede llegar a distraer). Y el mensaje es un “Madrid me mata” en toda regla: retrata la ciudad como un lugar de encuentros y desencuentros, de sueños y desilusiones. Ciudad vital y dinámica hasta el extremo donde parece que las calles nunca duermen, pero también hay sombras que se ocultan detrás de esta fachada vibrante: la soledad, la alienación y las desigualdades sociales. El tema es, en esencia, una declaración de amor y una crítica a la vez.
De manera parecida nos topamos con La derrota, una de mis indiscutibles favoritas: destroza en mil pedazos pero sirve a su vez de bálsamo sanador. Reflexión profunda sobre la vulnerabilidad humana y el proceso de enfrentar y aceptar el fracaso, parte inevitable del crecimiento. Es, en esencia, una invitación realista (que no tanto resignada) a abrazar la humanidad en toda su complejidad. Musicalmente intachable y quizás una de las piezas más fieles del disco con el tradicional espíritu de su carrera.
Aunque sin duda, si he de quedarme con el tema más reluciente de todo el disco, no dudo al escoger precisamente Figurantes donde confluyen la magia de la melodía en la que predomina una estructura musical muy familiar -al igual que ocurre con Nadadoras, no puedo evitar encontrar una fuerte influencia de Cable a Tierra (2021) y de Mismo sitio, distinto lugar (2017)- y una letra en la que se luce a placer la alegoría, que se recrea en el anonimato de los personajes secundarios y casi invisibles pero que sin embargo construyen el funcionamiento del mundo, a pesar de que la sociedad abrumadora en la que vivimos les cobre tan caro tener una identidad propia.
La libertad creativa que destaca durante todo el disco se hace aún más palpable en temas como 1,2,3 Big Bang, Parece mentira, Cosas que hacer un domingo por la tarde donde la instrumentación electrónica toma absoluto protagonismo mediante percusiones, sintetizadores y reverbs tanto en estribillos, puentes e intros.
Y como conclusión a esta travesía de estímulos, donde se entrelazan viñetas, personajes y cavilaciones, Drones le otorga pleno protagonismo a una melancólica letra encarnada en la garganta de Pucho y apenas acunada por teclados de fondo, cuerdas y coros, sin prácticamente percusión, a la vez que se desvanecen unos puntos suspensivos en el horizonte.
En resumidas cuentas: si bien este es un álbum que desafía y recompensa al oyente atento, del mismo modo muestra una osadía arriesgada, sobre todo para oídos eventuales en los que algunas fórmulas pueden no terminar de comprenderse e incluso resultar extrañas.
En definitiva, es innegable que Vetusta Morla sigue siendo una de las bandas más sólidas e indiscutiblemente importantes de nuestro panorama musical independiente, y Figurantes (2024) es una prueba más de su capacidad para marcar nuevos caminos y no pasar desapercibidos.
Además, lo que merece más aplauso de esta etapa en la que se encuentran, es que atesoran la madurez y evolución suficientes como para saberse con el volante entre las manos y sin embargo decidir que es el momento de frenar para disfrutar el paisaje a sus pies, sin apuro y sin codicia.