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WEYES BLOOD – TITANIC RISING

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Desde la publicación en 2011 de The Outside Room, en el que se reconocían reminiscencias setenteras del rock psicodélico armonizado en un aura de solemnidad y producido desde los medios de la tendencia DIY, la artista Weyes Blood ha mantenido una trayectoria constante habitando en esa meseta en la que habitan todos esos sonidos que rápidamente catalogamos como esencialmente norteamericanos. Ese empeño californiano por violentar el pop y el folk hacia sonidos barrocos propio de Brian Wilson y que actualmente Weyes Blood conduce hacia una estética onírica, es lo que saboreamos en lo que ha sido llamado: Chamber Pop; que no deja de ser más que una evolución natural, desde lo alternativo, de toda esa impronta sesentera que el californiano popularizó.

En este cuarto LP titulado Titanic Rising, que ya ha sido rápidamente reconocido como uno de los mejores álbumes de este 2019 por medios internacionales como Pitchfork, la artista inspirada por el pop y la tradición setentera del folk medieval, empleando además algunos arreglos de cuerda extraídos del country, pretende explicar «problemas de nivel mundial, en un lenguaje más familiar». Para ello se ha servido del amparo del sello Sub Pop Records así como de la ayuda de uno de los integrantes de Foxygen, Jonathan Rado. 

Lo que este disco nos trae puede entenderse desde la metáfora del Titanic que Natalie emplea en su disco como forma de alegorizar un presente que no llega a ser consciente de la catástrofe a la que van a tener que adaptarse sus tripulantes. La imagen si bien es obvia también es aguda y sugiere en sí la forma en que este álbum se convierte en un recital sobre cómo llevar, o sobrellevar, el viaje desde la profundidad hacia la superficie habiendo tocado fondo. En todas las composiciones predomina una voz que se abre paso entre instrumentos que parecen todos suspendidos en un denso líquido cuando los arreglos de cuerda más country, los que están hechos con el slide, parecen dilatar el espacio en el que los sonidos se orquestan tal y como ocurre en Andromeda.

Un álbum coherente y claro en cada minuto, que transmite con suma viveza lo que la portada del disco, diseñada por ella misma, recoge en una fotografía; como si una gramola con el vinilo girando hubiese caído en una pecera y aun así no dejase de sonar;  es decir, todo va mal pero aun así puede seguir funcionando, y su álbum no es óbice para ello, pero sí que retrata toda la animadversión del que ha descubierto que su forma de vida estaba siendo mantenida por mentiras nocivas.

El álbum desde su apertura con A lot’s gonna change ya te sitúa en un punto de no retorno y te invita a valorar el carácter necesario de todo lo que pasa. En su primera estrofa dónde, como una millenial más, toma la infancia como una utopía, un jardín del edén, y su contrapartida, la madurez, como expresión constante de rencor al estado enajenado de la ingenuidad en que te instala la niñez. El álbum continúa con Andromeda una balada intimista que utiliza esta galaxia como garantía de otro intento, de amor o vida. Esta dicotomía es protagonista en todo el álbum con narraciones que hablan siempre desde la anegación del fracaso, de toda esperanza reducida siempre a intento, y que en Mirror Forever queda impreso en la frase «lift me up just to let me fall hard». Una canción que invita a tomar conciencia de la ilusión, salvaguardada por el estado de caída, a partir del reflejo.

Movies es también una de las pistas clave de este álbum;  con un sintetizador arpegiado y voces litúrgicas, y con una letra que a veces torna sarcástica y cruda, podría resumir a la perfección lo que este álbum representa tanto en su forma como en su contenido: la pantalla de una película cegando a todos los espectadores, con una luz más fuerte que la que pueden soportar sus ojos, manteniendo el mito y la verdad oculta. Este álbum es una invitación no a que te dejes engañar sino a que seas tú quién te engañes de la manera más útil. Todo ello expuesto bajo los bellos registros de voz de la californiana y progresiones de acordes poco acostumbradas que dan un movimiento de oleaje calmado y distendido en todo su conjunto junto con el pulso de las melodías.

Un disco importante en la aun joven trayectoria de Natalie Mering que te mece en coros y melodías pasmosas e intangibles así como envolventes, y que además esconde el objetivo de definir al ser humano que siempre se tropieza dos veces con la misma piedra. No por nada no ha podido pasar desapercibido para la crítica más popular. Veremos de qué manera evoluciona este 2019 del que aún esperamos grandes lanzamientos que podrán convivir fácilmente con este gran LP.

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