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Sonidos Latinoamericanos: Belafonte Sensacional, la variedad de estilos que no todos pueden generar

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Israel Ramírez se debate y se sacude entre dos extremos del espectro de su vida. “Lo más difícil en este momento para mi como Belafonte Sensacional soy yo mismo. Es poder vencerme, vencer el hastío, vencer la depresión”. Cita a la música como su única salvación: “Yo ahorita básicamente me levanto todos los días y vivo para hacer un disco, para hacer canciones. Si no tuviera eso, yo creo ya me hubiera muerto”, afirma en esta entrevista.

Su grupo se llama Belafonte Sensacional. Belafonte: un homenaje a The Life Aquatic With Steve Zissou, donde Wes Anderson bautizó al barco del protagonista como el Rey del Calypso: (Harry) Belafonte. Le gustó la idea de que un proyecto musical tuviera el nombre de un barco: un objeto que está en movimiento constante, llegando a diversos puertos. Sensacional: un tributo a “Sensacional de Traileros” y ese tipo de comics.

Los inicios de Israel en la música fueron más por un “wake up call” que por ser algo planeado, a pesar de que desde pequeño sus padres le ponían música de distintos tipos, Luis Miguel o cumbias varias. Israel trabajaba como periodista cultural y locutor de radio, hasta que las muertes de un amigo y compañero de trabajo le hicieron revolverse, querer buscar algo más, su destino real vital. La muerte le tocó de cerca una vez más cuando su amiga Mich recibió malas noticia de salud. Israel se ofreció a tocar en vivo en una fiesta para recaudarle fondos. Poco tiempo después, Mich murió.

Todo en mi vida es un proceso.” Terminó la carrera con 23 años y concretó Belafonte con 28. Fue un proceso muy largo, dice, porque todo en su vida es un proceso. “Yo quería hacer poemas como Bob Dylan, o como Jim Morrison o Lou Reed ¿no? Después te das cuenta de que es más valioso hablar de tu propia realidad.” Todos los artistas se plantean en algún momento la relación con la honestidad: si estás siendo fiel a tu pensamiento y si tu trabajo refleja al final lo que en un principio tenías intención de enseñar. Picasso decía que el arte es una mentira que nos acerca a la verdad y la de Israel está bien lograda.

Nació el 15 de marzo de 1982 en “no sé qué parte de la Ciudad de México” pero creció en Iztapalapa, donde sigue viviendo. Escucharle hablar es lanzarse a un vacío laberíntico de verdades que duelen, y asustan: “Somos una generación que va a llegar a viejo sin ninguna clase de seguridad social. Eso me preocupa desde mi persona. Porque ya no soy un joven, pero tampoco soy un anciano y estoy enfrentándome a este tipo de problemas. Cómo me enfrento yo como músico a que no tenga un ingreso monetario mensual. ¿Cómo le está haciendo esta juventud para ir a conciertos, para comprar tu mercancía? No solo eso, para invertir en su educación, ¿no? ¿Y cómo le vamos a hacer para que un trabajo no les robe el alma, no?” Culpa a la realidad sistémica de su país y sociedad el lugar en el que le ha dejado vivir. Si no tuviera la música, dice, se despediría de la vida. Es lo único que le salva y lo que le ayuda a canalizar lo que le ocupa la cabeza cuando no son notas de música. “No tengo soluciones. Y, lo que tengo es, una tristeza muy cabrona. Una decepción muy grande. Y un desencanto por la vida misma. A eso te lleva un sistema que no respeta a sus artistas ni a su juventud”.

Dos discos y dos EPs le avalan como un artista de renombre en su país donde cada vez se le están abriendo más teatros, más colaboraciones y más caminos. En los dos primeros EPs y el primer disco osciló entre diferentes trabajos y la música, cerrando y reabriendo la banda hasta tres veces.

Y llegó Soy Piedra, su, unánimemente, mejor trabajo hasta la fecha. No solo eso, uno de los mejores discos del pasado 2019 de todo el panorama musical, una referencia en la escena musical mexicana y probablemente, más allá. Su experiencia pasada y ferviente voluntad de no querer casarse con ningún estilo le han dado el bagaje experimental necesario para llegar a un trabajo prácticamente perfecto. En su corta carrera ha tocado desde blues y el rock and roll, hasta el punk, sin dejar de lado el disco, house o reggeaton. Para Soy Piedra buscó financiación directa a través de fans que compraron entradas o su mercancía, en una campaña llamada “Salva a Belafonte”. “No quería que sonara a un disco de cantautor sino como una banda, enfocarnos más hacia el sonido”, dice en una entrevista para Vice.

Lo lograron. Su último disco es realmente un viaje sensorial de géneros y diversidad que harán viajar a quién lo escuche a Austin, Memphis, Granada, Ciudad de México y por qué no, la cumbia colombiana. Israel corta de raíz con sus sonidos anteriores: “Si tuviera que hacer un greatest hits, tomaría una canción de Le petit riot, tal vez dos de Gazapo y dos de Destroy, y ya. Odio esos discos”. El esfuerzo colectivo hacia un sonido más avanzado ha venido de la mano de Ramírez en la voz y guitarra, Israel Pompa en el bajo, Ale Guerrero en armónica y percusiones, Cristóbal Martínez en la batería, Emmanuel García “Choby” en la trompeta y Enrique Álvarez “El Gober” en percusiones y coros. Recordando al Calamaro de los años del Salmón donde lo mismo sacaba un tango que una pieza de jazz que una salsa, Israel se mueve como pez en el agua con distintos ritmos y composiciones. Entre sus influencias están Can, El Tri Los Planetas, Leonard Cohen, Spacemen 3 o Neutral Milk Hotel.

Soy Piedra son composiciones de alta calidad que se mueven entre el rock psicodélico (“Morris”) al casi punk (“Oh Shit Oh Fuck”), pasando por las baladas de cantautor con letras oscuras que hablan del futuro, la muerte y las relaciones (“Las Distancias”), un trabajo heterogéneo, cuidado e innovador. Se le añade a esto unos directos explosivos: los shows de Belafonte son legendarios por tener una combinación de violencia y hermandad, catarsis y movimientos extremos en su público. La música es la vía de escape para que Israel se libere y parece haber encontrado muchos conocidos en su camino.

Escucha Soy Piedra de Belafonte Sensacional a continuación

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