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Gorillaz – Cracker Island

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21 años no son nada. Y si no estáis de acuerdo, os retamos a que escuchéis el primer disco de Gorillaz, aquel homónimo debut de 2001 y encontréis una sola canción que no sea actual. Un solo tema que, en 2023, de ser inédito, no escucharíais a fuego. Eso representa Gorillaz, atemporalidad, fuera de todo contexto artístico, o más bien la facilidad de amoldarse y encajar en todos y cada uno de ellos. Gorillaz ha conseguido algo como banda que es absolutamente imposible, y es la vigencia. Vigencia durante dos décadas. Y el absoluto genio de Damon Albarn y su cada vez más inmenso talento para escribir música.

Pero este reconocimiento de Albarn ha sido muy tardío. A finales de siglo XX era aquel guapito, el engreído cantante ese de Blur. El pijo ese que iba contra los muchachos de las cejas pobladas de Manchester. Uno de los episodios más lamentables de la industria musical de los 90. Enfrentar a dos talentos contrapuestos. Como si no fuera posible disfrutar de ambos. La historia Blur-Oasis podría copar páginas en un artículo, pero es una breve reseña, así que no es lugar para ello. Sin embargo, es necesario poner en valor el talento de Damon Albarn, que, a finales de los 90, se veía envuelto en una crisis existencial y sentimental y puso sus ojos en otras músicas, en otros países, en otros ritmos. Viajó por el mundo, vivió en Marruecos, abrazó el Hip Hop. Y en 2001 presentó su proyecto paralelo, Gorillaz, al que cierto joven seguidor de Blur miró con recelo. Y al que la prensa aclamó. Y al que el público acogió con simpatía.

Gorillaz fue creciendo, desde aquel grupo gracioso de dibujos animados con el cantante de Blur, hasta la llegada de Demon Days (2005), que fue un auténtico cataclismo que lanzó a la banda ficticia a cotas inesperadas. Y es que en Demon Days, Albarn se destapa como un compositor excepcional, delicado, elegante, con unas melodías bellísimas y emocionantes, todo ello aderezado con hip hop, electrónica y rabiosa juventud, nada mal para un músico que rondaba los 40 por entonces y que parecía que había dicho todo en el mundo del pop. Fue entonces cuando la figura de Damon Albarn empieza a ocupar en la historia el sitio que merecía. Esas melodías siempre estuvieron ahí, esa facilidad siempre existió. Pero era guapo, era joven y estaba en una guerra comercial con otra banda.

Plastic Beach (2010) supuso la consolidación de un modelo. Damon Albarn desatado, haciendo lo que mas le gusta, con amigos. Antes fue Shaun Ryder, ahora era Mos Def, Gruff Rhys, Lou Reed, Mark E. Smith, Paul Simonon (con quien también participaría en The Good, The Bad and the Queen), pero también con leyendas actuales (ya no tan actuales) como Snoop Dogg. Y si nos paramos a pensarlo, Stylo tiene ya 13 años. TRECE. Una losa de tiempo.

Desde Plastic Beach, se repitió la fórmula con más o menos éxito, pero siempre reivindicándose, con Humanz (2017) con Grace Jones o Jenny Beth, y con el inmediato The Now Now (2018), quizá el menos interesante de todos sus discos. Para 2020 nos presentaron un disco exclusivo de colaboraciones, Song Machine, Season One, con Robert Smith o Elton John entre otros, pero no fue hasta este año cuando Gorillaz nos presentan por fin un disco más “personal”.

Pero no os esperéis otra cosa. Cracker Island es de nuevo una constelación de artistas, un dream team del pop de los últimos 40 años. La primera escucha pueden parecer una especie de batiburrillo de Damon Albarn y sus amigos. Que ha metido en el disco a Stevie Nicks por meter a alguien, que abusa de las canciones de medio tiempo que tan bien domina, con su exquisita sensibilidad y que quizá, por fin, ha perdido vigencia. Parece que es una antología de sus clásicas melodías tristonas, bajo la pátina electrónica. Que no presenta la frescura de Feel Good Inc. Que ha desaparecido la inmediatez de 19-2000. Hasta que de repente uno empieza a escuchar una especie de trap melódico y aparece en nuestros auriculares Bad Bunny en la catedralicia Tormenta, que aúna e integra a la perfección el pop británico con el trap latino. Una absoluta joya. Un bofetón para todos los que dudábamos de la vigencia o la trascendencia de un nuevo disco de Gorillaz. Para los que pensábamos que estaba agotado el proyecto. No obstante, Damon Albarn es un señor que va a cumplir 55 años. Y es entonces cuando uno empieza a descubrir vetas en el álbum, con sucesivas escuchas. Cracker Island, con Thundercat, debe estar entre las 3 o 4 canciones más características del sonido de la banda. Oil, la canción con Stevie Nicks, que debe ser una señora ya muy respetable, consigue sacar su esencia pop y traerla al siglo XXI. Silent Running, con Adeleye Omatoyo, nos trae sensaciones presentes en Demon Days, en temas como El Mañana. New Gold con Tame Impala y Booty Brown nos transporta a una suerte de electrónica psicodélica hip-hop en lo que es uno de los mejores cortes del álbum. Y por supuesto, el corte final del álbum, con Beck, Possession Island, la canción de la madurez, la canción que quizá se aleje más del estilo Gorillaz, un tema que quizá no encajaría del todo. Pero así son Gorillaz. Son capaces de integrarlo todo, de hacerlo un único concepto. Hip hop, trap, pop, psicodelia, electrónica. Todo es música popular. Todo es vida. Todo es difuso. Todo viene de un lugar común, de lo más profundo de nuestro ser. Y ahí es donde mejor trabaja Damon Albarn, en las fronteras entre estilos. Es capaz de difuminarlas y crear algo hermoso, rico, con miles de matices.

55 años va a cumplir Damon Albarn. Y por fin, parece ocupar el sitio que merece en la historia de la música. Ya no es ese chico guapo que canta bien, altivo y egocéntrico. Desde hace unos años, por fin, es un genio.

AUTOR

Guillermo Vázquez
Guillermo Vázquez
A veces escribo de música, a veces escribo de coches. Otras veces hago música. Pero la mayor parte del tiempo me quejo por cosas.

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